miércoles, 5 de marzo de 2025

La guerra que nadie gana: El laberinto ideológico del conflicto ruso-ucraniano

 

La guerra que nadie gana: El laberinto ideológico del conflicto ruso-ucraniano

En el turbulento escenario del conflicto ruso-ucraniano, encontrar un lado "correcto" se ha convertido en una tarea digna de Hércules. La brújula ideológica parece haber enloquecido, girando sin control en un torbellino de contradicciones que desafía toda lógica.

Observemos, con una sonrisa irónica, cómo Donald Trump y Vladimir Putin se emergen como los nuevos paladines de la paz y la democracia. ¡Quién lo diría! Trump, el mismo que incitó una insurrección en el Capitolio, y Putin, conocido por su "democracia a la carta", ahora nos quieren vender la idea de que son los guardianes de la estabilidad mundial. Mientras tanto, las democracias europeas, supuestas defensoras de la paz, parecen más interesadas en atizar las llamas del conflicto que en buscar una solución diplomática.

Y aquí es donde la comedia se vuelve surrealista. La ultraderecha, que hasta ayer rechazó a Putin como si fuera la encarnación del comunismo soviético, ahora se encuentra en la incómoda posición de tener que defender las tesis del Kremlin para no contradecir a su adorado Trump. Es como ver a un malabarista intentando mantener en el aire bolas de fuego y hielo al mismo tiempo.

Por otro lado, tenemos a la izquierda socialdemócrata y a la derecha moderada europea, que de repente ha encontrado en Volodymyr Zelensky a su nuevo ídolo democrático. Nos lo presentan como el epítome de la libertad y la justicia, convenientemente olvidando mencionar que ha ilegalizado a varios partidos de la oposición en su propio país y que entre sus apoyos más firmes están los neonazis ucranianos. Parece que la democracia, como la belleza, está en el ojo del observador.

En medio de este caos ideológico, hay una verdad que brilla por su ausencia: la guerra hay que pararla con diplomacia. Como acertadamente señaló Ione Belarra al inicio del conflicto, las guerras no las gana nadie. Son un juego de suma cero donde todos pierden, excepto quizás los fabricantes de armas y las oligarquías.

Es hora de que dejemos de lado las posturas ideológicas rígidas y nos centremos en lo que realmente importa: poner fin al sufrimiento humano. La diplomacia puede no ser tan emocionante como los titulares de guerra, pero es el único camino hacia una paz duradera.

En este conflicto, como en tantos otros, no hay buenos y malos absolutos. Hay intereses, hay poder, y hay, sobre todo, personas sufriendo las consecuencias de decisiones tomadas en despachos lejanos. Quizás sea hora de que todos, independientemente de nuestra ideología, nos unamos en un grito común: ¡Guerras, malditas guerras!

Francisco Llera Cáceres

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