La guerra que nadie gana: El
laberinto ideológico del conflicto ruso-ucraniano
En
el turbulento escenario del conflicto ruso-ucraniano, encontrar un lado
"correcto" se ha convertido en una tarea digna de Hércules. La
brújula ideológica parece haber enloquecido, girando sin control en un
torbellino de contradicciones que desafía toda lógica.
Observemos,
con una sonrisa irónica, cómo Donald Trump y Vladimir Putin se emergen como los
nuevos paladines de la paz y la democracia. ¡Quién lo diría! Trump, el mismo
que incitó una insurrección en el Capitolio, y Putin, conocido por su
"democracia a la carta", ahora nos quieren vender la idea de que son
los guardianes de la estabilidad mundial. Mientras tanto, las democracias
europeas, supuestas defensoras de la paz, parecen más interesadas en atizar las
llamas del conflicto que en buscar una solución diplomática.
Y
aquí es donde la comedia se vuelve surrealista. La ultraderecha, que hasta ayer
rechazó a Putin como si fuera la encarnación del comunismo soviético, ahora se
encuentra en la incómoda posición de tener que defender las tesis del Kremlin
para no contradecir a su adorado Trump. Es como ver a un malabarista intentando
mantener en el aire bolas de fuego y hielo al mismo tiempo.
Por
otro lado, tenemos a la izquierda socialdemócrata y a la derecha moderada
europea, que de repente ha encontrado en Volodymyr Zelensky a su nuevo ídolo
democrático. Nos lo presentan como el epítome de la libertad y la justicia,
convenientemente olvidando mencionar que ha ilegalizado a varios partidos de la
oposición en su propio país y que entre sus apoyos más firmes están los
neonazis ucranianos. Parece que la democracia, como la belleza, está en el ojo
del observador.
En
medio de este caos ideológico, hay una verdad que brilla por su ausencia: la
guerra hay que pararla con diplomacia. Como acertadamente señaló Ione Belarra
al inicio del conflicto, las guerras no las gana nadie. Son un juego de suma
cero donde todos pierden, excepto quizás los fabricantes de armas y las
oligarquías.
Es
hora de que dejemos de lado las posturas ideológicas rígidas y nos centremos en
lo que realmente importa: poner fin al sufrimiento humano. La diplomacia puede
no ser tan emocionante como los titulares de guerra, pero es el único camino
hacia una paz duradera.
En
este conflicto, como en tantos otros, no hay buenos y malos absolutos. Hay
intereses, hay poder, y hay, sobre todo, personas sufriendo las consecuencias
de decisiones tomadas en despachos lejanos. Quizás sea hora de que todos,
independientemente de nuestra ideología, nos unamos en un grito común:
¡Guerras, malditas guerras!
Francisco Llera Cáceres
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